sábado, 14 de enero de 2012

Escuela

Las duchas tenían esos azulejos fríos en los que siempre había manchas de dedos y cuando entrábamos después de las clases de gimnasia, competíamos unos con otros por aprovechar el agua caliente. Debajo de los bancos las zapatillas tenían restos de lodo y las camisetas se amontonaban en las sombras del vestuario. El vapor formaba una nube azulada sobre nuestras cabezas. Los gritos podían ser de lechuzas, los cuerpos resplandecían con un temblor adolescente. Luego subiríamos al laboratorio, o a la clase de matemáticas, pero en ese momento las sábanas que colgaban nuestras madres detrás de los muros eran la bandera de una patria que nadie se permitía maldecir. El colegio era un gris santuario de tapias y cemento. Los curas llevaban llaves que se mezclaban con el alpiste polvoriento de sus bolsillos y en la yema de sus dedos había una pátina de azufre. Me acuerdo de Santi, tímido y silencioso. No habrá tenido la fortuna de los elegidos, porque los zapatos le apretaban los pies. Pobre diablo. Hay personas que nunca caminarán por los bosques fragantes de Francia. Callan en la penumbra de los vestuarios y sostienen obsesivamente una minúscula pastilla de jabón. Cuando maduren nadie los confortará, una mujer de ojos sonámbulos, una casa de balcones sólidos y luminosos. Niños feos y tristes. En las horas de la infancia había azulejos desconchados por la herrumbre de la soledad.

2 comentarios:

  1. " El colegio era un gris santuario de tapias y cemento." Brutal texto y esta frase fantástica, también estudié en un colegio de curas ;)

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  2. Mucha gente dice que a ellos no les marcó su paso por esos colegios religiosos, pero yo puedo jurar que sí. Vaya que sí. Quieras o no, lo llevas contigo para siempre.

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