miércoles, 1 de septiembre de 2010

Laberintos

De niño tenía miedo a perderme, como otros se asustaban de los vampiros o se comían los mocos cuando veían entrar en clase al maestro de religión. Siempre he admirado a esas personas que se orientan fácilmente, no ya en junglas o practicando alpinismo con un mapa agujereado, sino simplemente entre las calles estrechas de cualquier ciudad, donde yo sólo veo dédalos indescifrables, al final de los cuales imagino el fin del mundo, un abismo, o a un Minotauro hambriento esperándome con las fauces abiertas. Entrar con el coche en una ciudad grande es un suplicio y desde que oí la historia de un tipo que combatía su soledad bajando al garaje para escuchar la voz del GPS, tampoco me confortan los auxilios tecnológicos. De niño caminaba colgado de la mano protectora de mi padre, y aunque no lo recuerdo y soy incapaz de visualizar la escena, me estremece oírle contar que una vez nos vio en la plataforma de un tren a punto de partir, mientras mi madre, que era muy joven, bajaba al kiosco a comprar una revista. Debió ser apenas un instante, un puñado de segundos, gélidos, interminables. A ese tren, lo presumo con una certeza salomónica, sé que volveré a subir en el futuro, completamente solo, con los ojos absortos en un andén barrido por el viento. No estarán entonces los míos, no quedará a mi lado nadie, pero seguramente lograré recuperar esa escena, habré viajado por un bucle para verme nuevamente subido a ese tren: para regresar al laberinto de páginas arrancadas en el que se ha convertido mi vida.

5 comentarios:

  1. Esta historieta te ha salido muy bien, tiene una extraña melancolía. Lo del laberinto de páginas arrancadas... es brillante. ¿No le pasaba algo parecido al tío del Desierto de los Tártaros?. Seguridad o libertad.
    Si hubieses escrito "uno de los de la reeducación para la ciudadanía" en vez de "el maestro de religión" daría mucho más miedo...

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  2. Yo sé de 'alguien' que en su adolescencia, sentía tanta soledad y abandono, que llamaba al número de Telefónica que te decía la hora -no sé si eso sigue existiendo-, así pretendía encontrar a alguien que le hablara, que le dedicara un instante y le espantara su soledad... ¡Ilusa jovencita! Siempre terminaba con dos lágrimas resbalando por su silenciosa mejilla.

    Ah, por cierto: esta jovencita, cuando era una niña de tan solo seis años, en sus primeros dias de colegio, se perdió en su ciudad al terminar el horario escolar, camino de la lejana parada de autobús, y después de pasar horas en completa SOLEDAD, desorientación y abandono, por pura intuición dió por fin con la Plaza Mayor, lugar donde paraban los autobuses, y se sentó alli en el sueño contra una columna.
    Ya de noche, un familiar la encontró, éste la preguntó qué hacía allí sola sentada en el suelo, y que si no tenía miedo, a lo que la niña le respondió: "-Estoy esperando el autobús de mañana por la mañana cuando mi hermano venga al colegio, me verá y le diré que me he perdido"....
    (¡pobre pequeña¡, daba por sentado que nadie la iba a echar de menos..., pobre...)


    ¡Bravo! por tu relato, es impactante.

    Geles

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  3. Tienes reflexiones de midlifecrisis, papá.

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  4. La Midlife Crisis la padecemos -queramos o no reconocerlo- todos cuando llegamos a los cincuenta... o incluso antes.
    A ti te llegará también, querida Sally. :P

    Un beso para los dos.

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  5. Pero es que además a mí me parece que todo eso sucedió hace nada!

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