viernes, 9 de abril de 2010

Morbilidad

Ver algunos programas de televisión a ciertas horas y leer la prensa de este país a diario puede desencadenar en tu cerebro consecuencias entrópicas insospechadas, pero por alguna causa misteriosa y sorprendente no se tiene constancia de fallos neurológicos a edades avanzadas, como esos ancianos que hundidos en los sillones de su salón asimilan impávidos toda la barbarie que les vuelcan, incluyendo cuerpos mutilados, ciudades devastadas por coches bomba, semblanzas de pederastas y columnas de tanques ardiendo en el otro extremo del globo. Siendo adolescentes, en una tarde de julio, mientras comíamos pipas monótonamente en la plaza del pueblo, Luismi apareció de repente con un periódico a punto de desaparecer, que por aquel entonces se usaba para envolver bocadillos de mortadela y que se vendía en los kioscos de golosinas bajo el escueto nombre de El Caso. En la portada, de una policromía exuberante, aparecía casi a tamaño natural un hacha ensangrentada y de punta a punta de la hoja podías ser testigo de un rosario de hechos atroces, todos ellos de un horror brutal y casposo, como correspondía a la época y que, leídos sin remordimiento alguno, nos permitieron pasar una velada inédita riéndonos a mandíbula batiente. Parricidios, tipos que después de tirarse en paracaídas habían caído dentro de un pozo, viudas devoradas por sus propios gatos, venganzas entre labradores por reclamaciones catastrales, accidentes domésticos, palizas de esposas a maridos ebrios, intervenciones quirúrgicas donde se amputaba el miembro equivocado, pertinaces casos de zoofilia, cadáveres en descomposición en el cajón de un montacargas de una obra sin concluir, ladrones que se habían clavado la barriga en la verja del chalé que pretendían saquear, y así hasta desfallecer en un vértigo de tintes furiosos, en un carrusel de sucesos, accidentes y desgracias que parecían salir de la imaginación de un pensionista al que, por error, hubiesen recetado una dosis desproporcionada de L.S.D. Joder, qué tarde pasamos.
Yo creo, frente a tanto sociólogo nihilista, que hay una generación de lectores que gracias a esa educación tremebunda son capaces de viajar entre los despojos del mundo como gondoleros avezados, pasando pacíficamente de canal en canal. En medio de una sociedad que tiene un pánico cerval a la muerte y a cualquiera de sus manifestaciones, los rocosos ancianos que hojeaban El Caso en su niñez mientras desenvolvían el bocadillo de chorizo, se plantan ante el televisor con la calma de los estoicos y se van al tálamo sin inmutarse por ese lenguaje catastrófico, más preocupados por la tumescencia de su próstata que por el balance siniestro del mundo. Son peces de escama dura que han alcanzado cierto grado de resentimiento e impudicia y miran de reojo a los jóvenes escualos que se devoran en el arrecife. “Acabaréis como nosotros”, parecen decirnos, “advirtiendo que la tierra, a cada vuelta que da, va soltando más y más trozos de escoria”. Gringos viejos y adorables.

1 comentario:

  1. Qué tremenda lucidez y certera visión de la cotidianidad del horror en la prensa y de la lasitud a que el ser humano se ha acustumbrado... Fea palabra, por cierto, la costumbre.


    Excelente post.

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