martes, 15 de diciembre de 2009

Los Dalton

Hubo una época de mi vida en que, agotadas las exiguas reservas de novedades en la biblioteca municipal e impulsado por mi escasez de recursos, me dediqué a robar libros de forma metódica y masiva. Quedaba con un amigo a la entrada de unos grandes almacenes y, después de mirarnos a los ojos como dos tipos que fueran a asaltar un banco (ya saben: Dillinger y sus secuaces), nos dirigíamos cada uno por su lado a la sección de libros, del modo más anodino y sigiloso posible. Una vez allí, nos hacíamos los encontradizos, ¿hombre, Pepe, cómo por aquí?, y entre saludos y abrazos, nos pasábamos los objetos que habíamos ido a buscar. Más adelante, perfeccionamos la técnica (llegábamos a representar auténticas funciones teatrales antes las mismísimas narices de los vendedores) y la táctica – aprendimos que el éxito pasa más por la sencillez que por los planes complejos -, hasta el punto de que, concluido el día, subíamos al bus de retorno con bolsas cargadas de libros. Fue así como trabé relación con tipos como Melville, Calvino, Nabokov, Joyce (llegué a chorizar el Ulyses), Yeats o Jesús Fernández Santos. No diré que fueron lecturas insuperables, pero sí que, al igual que esas manzanas que robamos de un árbol ajeno, me supieron mejor. Naturalmente, y dado que esto se publica en un medio público, para no suscitar suspicacias o incluso acciones justicieras de algún blogero aficionado a la captura de tipos fichados por el FBI, quisiera agregar que lo expresado anteriormente también pudo ser fruto de un sueño de juventud.

2 comentarios:

  1. Osea, que mis tardes con MOlly Bloom este verano eran fruto de un acto delictivo. Ya decía yoq ue me sabían mejor.

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  2. Está muy feo mangar cosas, q lo sepas.

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